La historia del silencio de San Genadio está ligada a uno de los valles más hermosos del Bierzo, el Valle del Silencio. En el siglo X, San Genadio fundó un oratorio dedicado a Santo Tomás del que —por desgracia— no queda resto alguno a día de hoy. En principio, era en este lugar y no en Santiago de Peñalba, donde su discípulo, San Fortís, pensaba construir la iglesia mozárabe, pero terminó construyéndose en su ubicación actual por el abad Salomón.
En una pared de la montaña, situada a la entrada del valle, se encuentran varias cuevas naturales. Una de ellas es la conocida como la Cueva de San Genadio, en la cual el santo pasaba largas temporadas meditando. Puede visitarse siguiendo un camino que sale desde Santiago de Peñalba hacia el sur.
El silencio de San Genadio
Es gracias a la llegada de San Genadio (y sus sucesores) cuando el Valle del Silencio conocería una nueva etapa de esplendor. Genadio fue nombrado obispo de Astorga en el 899, aunque el hombre, ante todo, era un eremita de tintes druídicos. Llegó al Bierzo en el siglo X con la misión de revitalizar y repoblar la comarca, en clara decadencia tras la ocupación árabe.
Son muchas las leyendas que se asocian a este enigmático hombre, como la del unicornio que —dicen— se encontró en el bosque y que siempre le acompañaba (su cuerno sería una reliquia sagrada para los lugareños de Montes de Valdueza). Pero la historia más conocida, sin lugar a dudas, es la que da nombre a uno de los valles más mágicos de la comarca del Bierzo.
Cuentan que un buen día estaba San Genadio tan sumido en su meditación que hasta el mismo murmullo del arroyo le molestaba. Hastiado de aquel eco tenaz, se levantó y, golpeando en el suelo con su bastón, dijo: «¡Cállate!». Y así fue cómo el agua dejó de hacer ruido, escondiéndose bajo las rocas.