A menudo las tradiciones se heredan de leyendas e historias antiguas, tal es el caso de la corza blanca. Se dice que existía la tradición, en la zona de los Acares, de mantener el fuego encendido durante día y noche. Esta costumbre estaba motivada, no solo por la necesidad de conservar el calor del hogar, iluminar las estancias y cocinar, sino también para ahuyentar y alejar los malos espíritus.
La corza blanca
Cuenta la tradición oral popular que en la Comarca de Los Ancares, una bella muchacha desempeñaba las labores de sirvienta en una casa de gente adinerada. Reducida a los hábitos y destinos casamenteros, se le había impuesto esposarse con un galán de buena posición en matrimonio de conveniencia. Pero ella, en realidad, amaba a otro joven que no era aceptado por la comunidad.
Ante esta situación, la doncella se fugó de la hacienda, con tan mala suerte que los avatares de su huida acabaron con su vida. Ante su desaparición sospechosa e imprevista, uno de sus hermanos decidió salir en su busca, pero todo lo que se encontró fue una Corza Blanca muerta.
Preso de la curiosidad, se acercó al animal y le cortó parte de una de sus patas como única remuneración. Con el trofeo en su poder, lo introdujo en su zurrón, pero cuando de vuelta al pueblo se disponía a abrirlo, observó con incredulidad y espanto que lo que había transportado se asemejaba a una mano humana. Una mano suave, hermosa y cándida. La mano de su hermana.
Desde entonces, se decidió que había que mantener el fuego de los hogares encendidos, para evitar los malos augurios.